Hablar de inseguridad y violencia social, es complejo, si consideramos las experiencias, percepciones o creencias relacionadas con la realidad de cada persona.
Es uno de los temas que son sensibles de abordar y comunicar, porque puede tocar fibras sensibles y emotivas, generar condiciones de re victimización y por supuesto incomodar a algunas personas que prefieran no hablar de ello. Incluso habrá quién considere que no se debe de hablar de eso: “para qué hablar de ello y atraer la mala suerte a nosotras y nosotros”.
Sin embargo la percepción de ser una posible víctima de la inseguridad y violencia social, ya era identificada y considera por el Banco Mundial desde 2018, como uno de los factores que generaba estrés y ansiedad en las personas trabajadoras en LATAM.
Las y los cuales, al saber que en su país o comunidad las estadísticas de inseguridad iban o van en aumento, perciben como muy posible que las siguientes víctimas de una situación así, puedan ser ellas, ellos o sus seres queridos.
Para el Banco Mundial la estadística observaba principalmente los espacios, medios y tiempos que usan las y los trabajadores para trasladarse de ida y vuelta al centro de trabajo, y conocer ¿cuál es la percepción de seguridad en el traslado?, ¿qué tan seguros se sienten y están en la realización de sus actividades cotidianas?, desde el esparcimiento hasta las compras, trámites, etcétera. Pero también qué tanto esto ha impactado en la calidad de vida de la persona y su capacidad de enfocarse en su realización y desarrollo.
El que las y los trabajadores consideren que pueden ser una posible víctima, ha provocando que establezcan mecanismos que brinden una aparente seguridad, como salir del trabajo con luz de día, no salir de noche, salir acompañadas/os, recurrir a transportes privados o compartir el auto, e incluso a usar aplicaciones o localizadores GPS para que su familia o gente cercana pueda saber en tiempo real, cómo están y dónde van.
Cambia también la forma de pensar, sentir e interpretar la seguridad y la inseguridad, se abre la necesidad de tomar acciones de prevención y asumir una responsabilidad que no les y nos compete del todo, que es tratar de mantenerse seguras y seguros con sus decisiones y propios recursos.
Lo cual también puede generar sentimientos más profundos y complejos, ya que si aleatoriamente una decisión o acción no da el resultado esperado, la culpa, la carga mental o la carga social, puede llegar a ser devastadora, cuando de origen ni siquiera tendríamos que vivir en estas condiciones de estar alerta para no ser una estadística más.
Es así que de pronto nos encontramos en un terreno que por un lado, no queremos cruzar porque implica el descubrirnos un poco más vulnerables e incapaces de solventar, hablar de una realidad que nos rodea, pero que esperamos poder con un poco de suerte sortear; por otro lado nos encontramos caminando haciendo todo lo posible por evitar que seamos víctimas, y apelando a que nuestros cuidados sean efectivos en todos los frentes, pero también nos encontramos en el lado del terreno donde nosotras/os o alguien cercano, ya fue víctima y estamos en búsqueda o tratando de entender, afrontar, superar y continuar después de eso.
En todos los casos, la desconfianza, la desvinculación, la despersonalización, el hartazgo e incluso el agotamiento, se hace presente, por eso es importante que hablemos, avancemos o afrontemos el tema, ya que reconocerlo aumenta el impacto en nuestra salud y bienestar personal, social y familiar.
¿Qué pasa con nosotros a nivel psicológico ante la inseguridad y violencia?
Si existe un impacto emocional, aunque no haya causa aparente, podemos sentirnos desgastadas/os, con ansiedad, preocupación y temor, a veces sin causa aparente. Lo cual si nos roba un poco la tranquilidad y capacidad del aquí y ahora, ya sea que estamos pensando en nosotras y nosotros mismos, o en personas cercanas.
Nos vamos a los extremos, por un lado podemos creer que no vamos a superar una situación pasada, o que en cualquier momento seremos víctimas; o por el otro lado, creemos que eso no nos va a pasar a nosotros. En cualquier caso, es importante dimensionarse en el aquí y ahora, y acompañarnos para lograrlo.
Sentimos soledad, abandono y despersonalización, en donde parece que a nadie le importa lo que estoy viviendo o sintiendo. Sentir que las demás personas no son sensibles a lo que me sucede es un sentimiento que no sólo se hace fuerte, sino se fortalece como un creencia que se vincula con la incapacidad.
Evitamos hablar del tema, porque si no lo mencionamos, hablamos o vemos, es probable que no nos pase; en el fondo de nuestro sentir, no queremos observar algo que nos inquieta y que estamos tratando de entender cómo manejar en el presente o futuro.
Perdemos la sensación de control y de confiar en que lo que hacemos puede tener un impacto preventivo y de atención. Todas nuestras acciones suman, sólo que no de la forma y fondo que desearíamos cuando las realizamos, es importante madurarlas y permitir que sigan su cauce, lo peor que podemos hacer es no hacer algo.
No pedimos ayuda, a veces no sabemos cómo o a quién recurrir, cuando nos enfrentamos a una situación pensada o real, ya sea por que creemos que tenemos que solucionarla solas y solos, o por que no confiamos en las instituciones, o simplemente por que, las veces anteriores que pedimos ayuda, no fue útil.
Todo lo anterior definitivamente no trata de tener un enfoque pesimista o determinista, se trata de ser sensibles y realistas, a algo que directa o indirectamente sí impacta en nuestra salud y ser social, hablar y observar el tema, nos permite comprendernos, acompañarnos y ayudarnos a buscar las condiciones que emocional, mental y físicamente nos mantengan en la mejor capacidad de estar y procurar nuestra tranquilidad individual y colectiva.
Ahora, ¿cómo podríamos empezar a trabajar el tema de forma sensible, organizada y funcional en nosotras, nosotros y las personas a nuestro alrededor?.
Con nuestra experiencia en el acompañamiento a temas sensibles, recomendaría organizar nuestras acciones en cuatro grandes frentes: organizacional, familiar, social y personal.
En todos los casos debemos ser amables, empáticos y sensibles a la realidad que nos rodea, reconociendo que cada persona a nuestro alrededor, vive o ha vivido el tema de forma diferente. Procurando no minimizarlo, pero tampoco sacarlo de contexto o sobre generalizarlo.
En el rubro organizacional, reconocer que es responsabilidad de la organización y la gente que participa en ella el generar condiciones para hablar, prevenir, atender y acompañar el tema, todo aquello que pueda derivar el un riesgo psicosocial debe ser evaluado, identificado y trabajado por la organización. Así mismo todas aquellas situaciones que signifiquen una vulnerabilidad a la seguridad de las y los compañeros de la organización debe ser considerado.
Desde la cultura organizacional, desmitificar, no prejuzgar, ni minimizar cualquier situación, expresión o diálogo que aborde el tema de violencia e inseguridad social, escuchar, reconocer y creer a todas aquellas alertas e indicadores relacionados.
Generar comités de trabajo que se centren en acciones para prevenir, contener, atender y acompañar situaciones derivadas. Es clave que participe toda la representación de las personas que conforman a la organización.
Mantener vínculos activos y presentes, con las instancias de gobierno y sociedad civil que permitan y fortalezcan las acciones y buenas prácticas de prevención y atención de la organización misma y otras organizaciones que puedan servir de ejemplo y guía.
En lo familiar establecer reuniones que permitan hablar exclusivamente del tema, abordar experiencias, buenas prácticas, cuidado de información, identificar y ubicar rápidamente a las y los miembros de la familia, gestión de rutas, dinero, actividades y situaciones que disminuyan la vulnerabilidad del tema.
Identificar, facilitar y permitir todo tipo de apoyo y acompañamiento profesional que permita tratar y acompañar situaciones emocionales relacionadas, como ansiedad, estrés, duelo, sensación de pérdida, desesperanza, desconfianza, etcétera.
Establecer mecanismos seguros en los hábitos cotidianos, que nos permitan realizar nuestras actividades con la mayor seguridad y confianza.
No perdamos de vista que nuestro bienestar, salud y seguridad es lo más importante y que la mejor forma de no vivir con miedo, es accionar de forma preventiva y consciente ante las diferentes situaciones que puedan llegar a nuestros oídos o que puedan presentarse en nuestro entorno.
En lo personal, ser sensibles, considerados y atentas y atentos, a todo aquello que pueda ayudarnos a estar bien, sentirnos bien y desarrollarnos bien, realizar nuestras actividades cotidianas de la forma más normal posible, pero con la consideración de sumar, proponer, realizar y acompañar acciones seguras, atentas y amables a nuestro ser y sentir emocional y racional.
Si necesitas escucha, acompañamiento u orientación para tu organización o persona, no estás sola ni solo, recuerda que esa es una de las primeras sensaciones que nos hace creer que no hay forma de hacer frente a lo que siento y pasa.
Fernando Hernández Avilés / Presidente ResilienciaOrganizacional.org
Twitter: @generacambios / (+521) 559191-9292
Foto de Liza Summer: https://www.pexels.com/es-es/foto/mujer-en-sudadera-con-capucha-marron-sentada-en-un-sofa-gris-6382711/
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